La otra UASD, la de mis aulas
Digo “la de mis aulas”, para precisar esas
aulas en las que imparto clases de Sociología, donde soy observador
participante y en las cuales he podido desarrollar el análisis siguiente.
En el trabajo “La otra UASD, la de mis estudiantes”,
(Areíto, 4 de abril), abordábamos el origen social y las tribulaciones
presentes que sufren los estudiantes a los que he tenido el privilegio de
servir como profesor. Ahora, quiero referirme a ese ¿qué he podido encontrar en
las aulas universitarias? Nos concentraremos en dos elementos en específico: la
motivación del estudiante uasdiano y la pertinencia de los aprendizajes
trabajados con ellos. Para hacerlo, sin tener el espacio suficiente para
desarrollar todos los argumentos, compararé solo algunos puntos de mi
experiencia como docente en la UASD con aquellas experimentadas como profesor
en la PUCMM. Solo se hace ciencia de las diferencias, proclamaban los
naturalistas del siglo XVIII.
1. De las
motivaciones de clase en las clases.
Si hay algo que nos llena de preocupación a
los sociólogos críticos (existen otras escuelas y formas de pensamiento en las
ciencias sociales), es saber a través de los hallazgos científicos encontrados
que, a grandes rasgos, la vida de un ser humano queda condicionada de por vida
según las vivencias a las que tuvo acceso esa persona en su temprana edad. La
mayoría de competencias cognitivas, psicoafectivas y sociales que nos hacen
como persona dependerán predominantemente del lugar en el que nazcas, de tu
apellido, de la profesión de tus padres, del contexto en el que socialices tus
primeros aprendizajes. Después de determinada edad, es muy difícil recuperar lo
que no se conquistó antes. Tenemos más de portadores de herencias sociales que
de protagonistas de nuestros destinos de vida. No es verdad que en la práctica
los hombres y las mujeres nacen libres ni iguales. Las clases sociales
continúan jugando un rol substancial en la configuración de probabilidades de
logros que alcance un agente social a lo largo de su vida.
En la UASD como en la PUCMM, la actitud de
un estudiante ante sus estudios universitarios quedará fundamentalmente
condicionada por el nivel de esperanza que ponga ese estudiante en el futuro
que la sociedad le ha enseñado que tendrá un diploma universitario para un
joven de su estrato social. Así, el estudiante de la PUCMM es más proclive a
buscar buenas calificaciones, porque sabe lo decisivo que puede ser para su
futuro una nota o una mención que le distinga de sus pares al graduarse, sea
para fines de obtención de becas o puestos laborales. Para el estudiante de la
UASD, tener una “A”, una “B”, o una “C” no es que no sea importante, pero
importa menos que “pasar” o “no pasar”. Lo importante es el título.
Actores de una realidad social de carencias
y dependencias, para esos estudiantes su contexto familiar les exige
contribuciones inmediatas al sustento material diario en la que viven. Muy
difícil, entonces, pensar en continuar, luego de una licenciatura, estudios de
posgrado, por lo que “sacar buenas” notas para una eventual beca no es
prioridad en la UASD.
Como resultado de sus condiciones de vida,
las privaciones materiales les compelen a tener trayectorias accidentadas en su
carrera universitaria: dificultad para adquirir sus materiales de estudios; llegar
tarde a clases cuando salen del trabajo a las 5 pm y el transporte público no
garantiza llegar a tiempo al curso de las 6 pm; no poder dedicarle suficiente
tiempo al estudio porque hay que atender los quehaceres de la casa; no tener
acceso a un computador o al internet. Factores todos que merman el legítimo
deseo estudiantil de hacerlo bien.
De igual manera, la clase social incide en
el plano del mercado laboral. Por las posibilidades que tienen sus pares, el
estudiante de la PUCMM y de la UASD conocen los puestos a los que ellos, según
sus orígenes sociales, tendrían la posibilidad de acceder con menor o mayor
grado de probabilidad. Cuando eres estudiante de la UASD, tus orígenes marcan
un estigma que el mercado de trabajo discrimina. Según una jerarquía social
configurada por puestos de trabajo y por los prejuicios de los reclutadores, en
la mayoría de casos, el título arropa las calificaciones.
Esta realidad alimenta una indiferencia que
asumen de manera frecuente muchos estudiantes uasdianos, principalmente en la
población masculina, la femenina siendo mucho más disciplinada o “aplicada”. En
ese estrato social, la dominación masculina ejerce una incidencia paradójica en
el aula: contribuye a que los estudiantes tengan más dificultad al seguir las orientaciones
del profesor y que, al contrario,las estudiantes posean más y mejores destrezas
intelectuales.
Por eso, antes mismo de entrar en las aulas
universitarias, la motivación de los estudiantes se convierte en primerísima
problemática para el profesor, lo cual requiere revisar sus métodos a la luz
del contexto de reproducción social específico de los estudiantes y del
sentimiento de pesimismo que de él se desprende. Constituirse en un proveedor
riguroso de esperanzas en la excelencia y para la vida, es el mayor reto de un
profesor de la UASD.
2. Del
tipo de conocimientos y de su generación.
En la UASD, como en toda universidad,
existen las materias generales y las más especializadas que tienen que ver con
el programa académico específico de una carrera. Me voy a detener en las
materias generales. Imparto una materia llamada “Introducción a las Ciencias
Sociales”. Me di cuenta del poco atractivo inicial que tiene para el estudiante
de las carreras de contabilidad, de bioanálisis o de ingeniería, conocer el
psicoanálisis, la antropología, la historia o la economía, ramas de las
Ciencias Sociales. Observé la infertilidad que tenía para mis estudiantes de la
UASD un curso que reposase únicamente en los conceptos y nociones que conforman
el parque teórico de las ciencias sociales. Cambié el título y le puse uno un
poco más práctico: “El mundo en el que vives”, con el objetivo de construir con
ellos un sentido crítico del mundo en el que sobreviven. La idea es que puedan
comprender las leyes sociales que gobiernan sus realidades, auxiliándose de las
ciencias sociales, y no lo inverso. Trabajamos la cotidianidad concreta desde
una perspectiva de distanciamiento con el diario vivir, de autoexilio de sus
culturas, para que ellos y ellas, nosotros, podamos construir un efecto
visual-analítico de espejo, indispensable al discernimiento reflexivo.
Indagamos al otro, en sus diferencias y similitudes con nosotros, buscando en
ese otro un conocimiento que nos ayude a reconocernos.
Por último, nos queda la producción del conocimiento.
No solo se gana motivación en el estudiante cuando trabajamos desde una
perspectiva que los incluya (“El mundo en el que vives”), sino que los hacemos
partícipes de la producción del conocimiento que se genera en la clase. El
profesor Amaury Pérez, por ejemplo, colega del departamento de Sociología,
viene desarrollando un proyecto titulado “Sociología del Barrio”, en el que los
estudiantes se convierten en observadores agudos de sus propios entornos.
También ha creado una colección de publicaciones en las que los estudiantes se
transforman en asistentes de investigación del profesor y terminan como
co-autores de las publicaciones trabajadas.
Aprovechando la riqueza que aporta la
diversidad de trayectorias que llevan en sus vidas los estudiantes, el profesor
lidera un proceso colectivo de generación comunitaria de inteligibilidad
social. La meta es habilitarle al estudiante el rango de actor protagónico de
su propio aprendizaje y de entrenarlos al método de razonamiento científico que
pueda tanto en el plano del conocimiento experiencial, como el conocimiento de
carácter lógico deductivo, contribuir a la mejora de sus procesos de toma de
decisiones. Y esto, para el resto de sus vidas.
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